Belleza trangénica
Ángel Mateo Charris
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Primer día del año 0. Comienza aquí el cuaderno de campo del profesor Florentino Botafogo, repudiado por la ciencia oficial, defenestrado por el Tribunal de los Mediocres, hermano de Galileo: creador. No me extenderé más en la infamia, me espera todo un mundo de nuevas formas y colores, de aromas inexplicables y texturas desconocidas. Mi destino es una nueva vuelta de tuerca a la Historia de la Ciencia, un latigazo al fundamentalismo dogmático. Poesía, imaginación y vida ¿es todo esto tan incompatible con el progreso? Ética y razón: fango para mis ruedas.
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Mis primeras investigaciones me llevan a utilizar las estructuras de ADN como un inmenso teclado de piano, de órgano catedralicio y de sintetizador a un tiempo. He empezado a crear mis primeras flores metanaturales, de momento pura forma, pura extrañeza y colores confusos –una flor saxofón y un cactus perchero– pero se me abren infinitos campos en los que proseguir investigando.
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Flores púdicas o desvergonzadas, amigas de la luna o solares, asexuales o ninfómanas, todas ellas nacidas de una cepa común, pero infinitamente variables según las mínimas y pertinentes variaciones a las que las someto en mi procesador. Mezcla interdisciplinar de cadenas cromosómicas, musicales: pensamiento y azar. Entre la ansia devoradora de Nepente y las gozosas tormentas de polen se mueve mi destino.
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¡Cuánto tiempo ha pasado desde que el abarrotado y caótico laboratorio en el que ahora me muevo era pulcro e inexperto! Los informes, las pruebas, los archivos rebosantes, los cultivos neonatos, van formando el paisaje que acoge a una nueva generación de habitantes de este universo. Ya es relativamente fácil para mí conseguir plantas tristes y hongos extrovertidos, azucenas que prefieren a Satie y costillas de adán encaprichadas de una lámpara de flexo. Puedo ya empezar a afirmar que no basta con la carga genética para entender a un individuo: dos ejemplares del tipo AZ14 fueron criados frente a cuadros de Lugrís y de la Mallo. El uno luce ahora un porte marinero y la otra es una castañuela alegre y cupletera. Introduciendo cromosomas con las mismas incoherencias que presentan los de los monjes de un monasterio griego he visto rezar a crasas y blasfemar a palmeras.
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¿Quién, viendo mis rosas aceradas y mis tallos serpentiles, podrá culparme por jugar con la Naturaleza? ¿No es ésta otra creadora aún más caprichosa y absurda que yo?. En ella cabe las aberraciones más crueles y las deformaciones más dañinas; en mi mundo sólo la metáfora y la rara belleza.
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Busco ahora una nueva generación de plantas camaleónicas, transformándose continuamente en función de su entorno y de sus propias leyes estéticas. Células fractales y clorofila óptica para una nueva era.
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Mis plantas han comenzado a interrelacionarse y mis invernaderos a transformarse en un complicado laberinto de relaciones y pasiones encontradas. Han aparecido las sectas y la política botánica, la frustración y el individualismo. No era esto lo que esperaba al comenzar mis investigaciones. He de repetir todos los experimentos a partir de 000F001. Tengo ahora la duda de qué hacer con este universo confuso y que tanto amo. ¿Debo seleccionar las plantas que deben sobrevivir y eliminar las que yo creo que son dañinas y perjudiciales para el orden general? Entiendo ahora las dudas del Creador. Entiendo también la tentación del dictador y el genocida. Horror y lágrimas. Mi abundante secreción lacrimal a ido a caer al frasco AM56: en un par de minutos he visto nacer toda una nueva especie de orquídeas plañideras.
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Debía haber entendido los deseos de esas enr[edad]eras por jugar con mis piernas, por abrazarse a [mí] cada vez que pasaba junto a ellas. Nacieron del tango y el bolero, de la novela rosa y la crónica negra: eso es jugar con fuego. No culpo a esta Passiflora Racemosa 3Zt ni a esta Hedera Helix 6a por su amor, por la irrefrenable pasión que las lleva aferrarse a su creador, por no ver en él al imposible sino al amado. Su estructura molecular es similar a la del titanio así que no es probable que consiga deshacerme de sus lazos. He hecho una sencilla ecuación con la velocidad a la que sus tallos cubren mi cuerpo y pienso que me quedan diez minutos, más o menos. ¿Qué hacer los últimos diez minutos de una utopía, de una vida consagrada a la belleza transgénica? ¿Ironizar? ¿Encontrar una frase [perfecta] con la que entrar en la Historia? ¿Pedir perdón por mi osadía? ¿Saldar cuentas con [Dios]? ¿Cantar un aria? ¿Con esta voz?
Extractos de los trabajos de investigación del profesor Botafogo, encontrados tras su muerte en el Centro de Desarrollo Transgénico de El Ejido, Almería, en el que paso recluido los últimos años de su vida.