Tirada de cabezas

Sami El-hage

 

"Cuanto más se es uno mismo, más acaba uno siendo cualquiera. ¿El Parecido? Dejo de reconocer a la gente a fuerza de verla..."

Alberto Giacometti

 

Mi visita será una tontería, el acceso de una punta, el brote de un trozo de vista sobre unas cabezas, CABEZAS, "cabezos", como se dice un poco trivialmente.

"¿Qué ha debido vencer Giacometti que es tan amenazador?", escribía Juan Genet. Igualando las formas, Giacometti tallaba hasta la invisibilidad, reduciendo, adelgazando, liberando el sujeto –lugar del enigma del parecido– a la improbabilidad de sus figuras futuras (pensemos en la admirable serie "Cabeza del padre"). Esta fabricación de un hilo no tuvo descendencia. Desde entonces la cabeza se ha descompuesto en estos elementos: ¿rostro, cara, o metonimias de los sentidos? Las CABEZAS de Teresa Tomás no han sido esculpidas en profundidades retiradas (la pregunta de Genet no les incumbe), no afloran de ninguna prueba que haya incomodado la mirada o que haya parpadeado hacia una visibilidad abortada. ¿Son retratos o cabezas? Son más bien portadores de cabezas. Ni familiares como rostros ni frontales como caras, no nos miran sino que nos observan concierto desdén. "Están de morros". No buscamos el parecido, ni si la falta de parecido nos CHOCA, sino que nos interrogan, POR SU PARTE, sobre aquello que LES inquieta. Y hace de ellas criaturas inquietantes. Eso es lo que nos INQUIETA: sin hacer frente a lo desconocido, ni enfrentarse a un afuera invasor o conjurar una erosión interna, nos invitan a compartir un momento de su estupor ausente antes de que nos separemos de aquello de lo que ellas son vigías intratables. Nuestra mirada no tiende hacia ellas: no tienen ninguna gracia que desplegar, proposiciones que avanzar, deposición, formal o estética, que solidificar. Serían, más friamente, aquello que abisma toda mirada. Sólo queda lo que son: las CABEZAS de lo que nos espera. Tomemos la CABEZA DE PACO DE LA TORRE: cabeza ligeramente desplazada, inclinada de su engarce de cuello, al borde de separarse; la protuberancia de sus labios y nariz (que redobla –en intensidad– una mirada inexistente) es como la prefiguración de una anatomía que refunfuña sobre su nacimiento. Cabeza que se inclina sobre una distancia todavía por recorrer. La CABEZA DE ADELA HERNANDEZ, tal vez la más oscura de la serie, cuya cabeza remonta una trenza en ligadura del cuello y descubre un rostro recortado, en dos miradas tenues de profundidad dudosa, y una casita en guisa de morro que nos hace pensar en un bozal que abriga y abate todo lo que forma la materia del mundo. Qué decir de la CABEZA DE FLOR no erigida en la proximidad de ningún mundo: como el guardián fantasma de un faro ciego. O la CABEZA DE AQUELARRE, despeinada, tirada hacia atrás, cuyo gancho (¿cabeza mutante?), en su extremo, se dispone a atrapar un intruso hipotético (¿o a suspender de su hilo la hipótesis de una parte de mundo naufragado?)...

Piezas que no son ni de complemento ni de apoyo, las CABEZAS de Teresa Tomás, encabezonadas en movimiento que retienen y en una combinación de la que concentran todos los signos, componen algo así como la serie interior (y hermética) de un paso accidentado al cuerpo de la figura.

 

FUENTE: CATÁLOGO CABEZAS.

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